Orfeo I                                                                                                                 

BELINDA RODRÍGUEZ ARROCHA

 

YOLANDA TRUJILLO LARA

 

 

 

1.    Introducción

2.    La presencia de Orfeo en el Hades

3.    Orfeo y Eurídice: el desdichado final de una unión nupcial

4.    La cabeza parlante de Orfeo

5.    Conclusiones

6.     Bibliografía

 

 

 

           1. Introducción

 

            El mito de Orfeo fue configurado a partir de diversas aportaciones literarias e iconográficas.  Paulatinamente la narración  experimentó un enriquecimiento e inspiró obras artísticas y literarias de posteriores períodos históricos. En los últimos años, su figura se ha relacionado por algunos especialistas con el fenómeno del chamanismo o el de los héroes iniciáticos. También se ha planteado que en la historia originaria tuvo lugar el efectivo rescate de Eurídice, lo cual parece poco probable, ya que esta versión feliz es incompatible con el pensamiento religioso griego. Su representación cumplió diversos papeles en la iconografía. En la cerámica ática clásica aparece como un héroe cultural, representante de la paideia, encantador de tracios y víctima del ataque de las mujeres. En la iconografía apulia del siglo IV a.C parece erigirse como mediador de los iniciados ante las divinidades infernales. Posteriormente, en contextos judeocristianos su aparición será patente y estará identificado en numerosas ocasiones con el rey David o con el Buen Pastor.

       Con el transcurso del tiempo se tornó –según el imaginario cultural- en un autor literario y acabó siendo asociado a una sabiduría escatológica, planteada como una revelación mistérica. Pasó a ser caracterizado como un transmisor de ritos de carácter dionisíaco.

 

 

 

  Orfeo tañe su cítara en el Hades

Crátera apulia de volutas de figuras rojas, atribuida al pintor de los Infiernos. 330-310 a.e. Munich, Antikenslg. 3297 (J. 849). RVAp II, 533, 282. Apulia

 

 

 

                                

            2. La presencia de Orfeo en el Hades

 

               En la religiosidad de las poblaciones primitivas el trance hacia la muerte es concebido como un tránsito hacia otro lugar o clase de vida. Múltiples pueblos rinden culto a sus antepasados, de los que los vivos son una prolongación natural, en la idea de que perduran en otro lugar o de otra manera, además de velar por la comunidad o actuar en su beneficio. Quedarían también en posesión del secreto de la vida y de la muerte. La transmisión de su saber a los vivos se realizaría indirectamente a través de oráculos, sueños o ensoñaciones mágicas. Vivirían en el mundo subterráneo o en los confines de la tierra inhabitada, al otro lado de un río u otro espacio infranqueable. Asimismo se plantea la posibilidad de viajar al mundo de los muertos en vida, posibilidad reservada a los héroes y negada al común de los muertos. Implicaría el regreso al mundo de los vivos y el relato de la suerte que espera a los seres humanos tras el fallecimiento. En determinados casos, se podría incluso imaginar el rescate de la muerte a los seres queridos. Este repertorio temático aparece tanto en las obras literarias dirigidas a las elites sociales como en los cuentos populares. Este viaje acrecienta el conocimiento y proporciona la máxima sabiduría. En Grecia, además del mito de Orfeo, también se aborda esta probabilidad en los viajes de Odiseo, Teseo y Heracles. No se trata sólo de ir al Más Allá, sino que la excepcionalidad consiste en ir en vida y regresar.

            Algunas interpretaciones -minoritarias en la actualidad- sostienen el final feliz para las versiones más antiguas del mito. Otras leyendas semejantes al viaje de Orfeo implican el trabajo heroico de Heracles consistente en la búsqueda del Cerbero. La expedición, pues, constituiría una forma de adquirir conocimiento. El Más Allá es ajeno a la noción del tiempo de los vivos, y, en consecuencia, no es necesario que los hechos sucedan siguiendo un orden natural. No existiría, por tanto, ni pasado, ni presente, ni futuro. Odiseo es enviado a entrevistarse con las almas de los muertos y Eneas -en el relato de Virgilio- realiza el viaje para conocer el futuro y, en última consecuencia, la gloria de Roma. También Parménides, en el proemio de su poema, presenta el camino hacia un lugar impreciso, ignoto y provisto de rasgos legendarios, en el que adquirir un conocimiento superior y ajeno al tiempo y el espacio.

           Por el contrario, el viaje del vivo al inframundo puede constituir un atrevimiento digno de castigo, como en el supuesto de Pirítoo, que intenta, auxiliado por Teseo, rescatar a Perséfone. Hay una división, por tanto, entre los viajeros que acceden de forma lícita y los que no, que fracasan y deben permanecer en el Más Allá.

           El propósito de Orfeo comparte en cierta medida el carácter transgresor de Pirítoo. Su viaje es ilícito, ya que no ha sido autorizado ni inducido por ninguna divinidad. Obedece, como el de Pirítoo a un interés personal, ya que intenta rescatar a su esposa mortal, contraviniendo el orden de las cosas. Perturba de esta manera el mundo de ultratumba. El resultado de su viaje es doblemente paradójico, ya que persuade a Hades y a Perséfone legitimando temporalmente su comportamiento. Sin embargo, desde la perspectiva griega, el sometimiento o debilitamiento de la voluntad de los dioses infernales no puede ser plena. La prevención está, pues, contenida en el relato. Orfeo parece estar destinado al fracaso y a una muerte ejemplar. Por esta razón, el logro del rescate está condicionado al cumplimiento de una acción: no debe volverse a mirar a su amada hasta llegar al mundo de los vivos. En consecuencia, pierde a Eurídice, si bien puede regresar sin compañía al mundo de los vivos.

        Apolodoro (s. II a.C) expresaría de forma sucinta el fracaso de la expedición de Orfeo, motivado por su propia desconfianza.

 

        De Calíope y Eagro, o de Apolo según se dice, nació Lino, al que mató Heracles, y Orfeo, que practicaba el canto con cítara y movía piedras y árboles. Cuando murió su mujer, Eurídice, mordida por una serpiente, bajó al Hades con la intención de subirla y convenció a Plutón de que la enviase hacia arriba. Éste prometió que lo haría, si Orfeo al marcharse no se volviera hasta llegar a su casa; pero él desconfiando se volvió y miró a su mujer, que de nuevo regresó abajo.

 

Apollod. Bibliotheca, I, 3, 14-15.

 

 

 

         Más sucinta aún es la referencia que hace Pausanias (s. II d.C) del personaje mítico en su Descripción de Grecia, en relación a Beocia:

 

Junto a Orfeo el tracio está esculpida Télete, y alrededor de él hay animales en piedra y bronce oyéndole cantar. Entre otras muchas cosas que no son verdad y que los griegos creen, está que Orfeo era hijo de la musa Calíope y no de la hija de Píero y que los animales le seguían seducidos por su canto, y que él fue vivo al Hades a pedir a su mujer a los dioses subterráneos. Orfeo, en mi opinión, superó a sus predecesores en la belleza de sus versos y alcanzó gran poder, porque se creía que había descubierto misterios de dioses, purificaciones de impiedades, curaciones de enfermedades y medios de alejar la cólera divina.

 

Paus. IX, 30, 4

 

 

 

        Inexorables son las alusiones a Orfeo contenidas en los testimonios ofrecidos por la Antología Palatina que se centran principalmente en el Hades como lugar de destino de todos los difuntos:

 

       Ya no irán las encinas tras ti embelesadas, Orfeo, las piedras, las silvestres manadas de fieras; ya no adormirás el rugido del viento, el granizo, las ráfagas de nieve, la mar embravecida. Has muerto y te lloran Caliope, tu madre, y las otras hijas de Mnemósine. ¿Por qué gemidos todos al morir nuestros hijos, si ni aún los mismísimos dioses pueden apartar de los suyos el Hades?

 

A.    P.  607 (VII 8)

 

 

 

 

Orfeo toca la cítara delante de Hades. De una y otra parte se aprecia la imagen de dos mujeres no identificables. En el fondo se distinguen un  luterio y un timiaterio.

Ánfora apulia de figuras rojas atribuida al pintor de la pátera. 330-320 a.e. San Petersburgo, Ermitage 1701 (St 498). RVAp II 733, 46. Apulia

 

 

 

 

 

 Orfeo tañe la cítara ante un atento Hades

Crátera apulia de figuras rojas. 320 a.e. Bari, Col. Perrone 14. RVA p II 523, 225 pl. 190. Apulia

  

 

Orfeo toca la cítara para Hades y Perséfone

Crátera apulia de volutas y figuras rojas atribuida al pintor de los Infiernos. 330-310 a.e.  Munich, Antikenslg. 3297 (J. 849). RVAp II, 533, 282. Apulia

 

 

Hades y Perséfone dirigen su mirada al ángulo en el que Orfeo tañe su cítara.

Crátera apulia de volutas y figuras rojas atribuida al pintor de Saccos Blanco. 320 a.e. Kiel, Kunsthalle B 585. Apulia

  

 

 

Fragmento de ánfora en el que se aprecia a Orfeo junto a Hades, además de a Heracles con Cerbero

Ánfora apulia de figuras rojas atribuida al pintor de la pátera. 320 a.e. Tarento, Museo Nazionale 76010. RVap II 763, 293, pl. 284, I. Apulia

 

 

 

Crátera apulia de volutas y figuras rojas. 330 a.e. Nápoles, Museo Nazionale. 81666 (H 3222). RVAp I. 431, 82, pl. 160. Apulia

 

  

  

Orfeo toca la cítara a escasa distancia de la fúnebre pareja.

Crátera apulia de volutas y figuras rojas atribuida al pintor de Saccos Blanc. 320 a.e. Malibu, Getty Museum. 77. AE. 13. RVAp II 863, 17 pl. 323, 3-4 y RVAp. Suppl, 1, 182. Apulia

 

 

                    

  

 

              En relación a las obras literarias de filiación latina, cabe mencionar en primer lugar a Higino, que cita a varios personajes míticos que lograron regresar del inframundo:

 

  [Los que regresaron de los Infiernos con permiso de las Parcas]

Alcestis, hija de Pelias, a causa de su esposo Admeteo, Teseo, hijo de Egeo, a causa de Pirítoo. Hipólito, hijo de Teseo, por voluntad de Diana; luego fue llamado Virbio. Orfeo, hijo de Eagro, a causa de su esposa Eurídice.

 

Hyg. Fab. CCLI, 3

 

 

          

              Curiosamente Virgilio (s. I.a.C) sugiere en la Eneida que Orfeo fue capaz de rescatar a la sombra de su esposa. Asimismo Ovidio (s. I a.C-s. II d.C) plantea un destino más digno que el de la mayoría de los mortales: el alma de Orfeo es enviada al arva piorum, quizás designación del Campo Elíseo, donde se encuentra con su difunta esposa, la contempla, abraza y pasea junto a ella.

 

 

         Si Orfeo consiguió rescatar a la sombra de su esposa confiando en el son melodioso de su cítara tracia..

 

Verg. Aen. VI, 119

 

 

              La sombra de Orfeo desciende al mundo subterráneo, y los lugares que antes había visto, todos los va recorriendo; y buscando por los campos de los justos encuentra a Eurídice y la estrecha en sus brazos ansiosos. Allí unas veces se pasean los dos juntos, otras veces ella va delante y él la sigue, y otras él va el primero por delante, y a su Eurídice se vuelve ya seguro Orfeo.

 

Ou. Met. XI, 61-67

 

  

 

Hades y Perséfone parecen fijar su atención en el ángulo en el que Orfeo sostiene su cítara.

Crátera apula de volutas y figuras rojas. 320 a.e. Bari. Colección privada. Apulia

  

 

 

Orfeo toca la cítara para Hades y Perséfone.

Crátera apulia de volutas y figuras rojas atribuida al pintor de los Infiernos. 330-310 a.e.  Munich, Antikenslg. 3297 (J. 849). RVAp II, 533, 282. Apulia

 

  

 

 

           3. Orfeo y Eurídice: el desdichado final de una unión nupcial

 

            En las versiones latinas ha destacado fundamentalmente la narración de la muerte de su esposa y el intento de Orfeo de rescatarla del inframundo. En las fuentes literarias griegas, como los Cataterismos de Eratóstenes (s. III a.C) o la Biblioteca Histórica de Diodoro Sículo (s. I a.C) no se menciona, sin embargo, el nombre de su mujer. Al principio hay una oscilación entre los nombres de Eurídice y Agríope o Argíope (como la llama Hermesianacte en el siglo III a.C). Este fenómeno corresponde a la escasa relevancia otorgada en los mitos griegos a los nombres de las mujeres. Posiblemente Eurídice era un nombre macedonio frecuente entre las mujeres de la familia real. Por tanto, la adscripción de este nombre a la esposa del tracio tuvo lugar en época helenística, cuando los antiguos poetas conocían el dominio macedonio ejercido sobre las tierras tracias.

            La semejanza existente entre las versiones de Virgilio y Ovidio se debe a su inspiración en una fuente helenística común, quizás impulsora del mito del desgraciado final, contrario a la mayor fortuna que correría el rescate en las tradiciones más antiguas. El análisis detenido de las fuentes, sin embargo, pone en entredicho la consideración tajante de este final feliz. En el ámbito del teatro latino, destacó fundamentalmente el filósofo y dramaturgo Séneca (s. I d.C) como transmisor de la marcada impronta dramática del mito.

 

Orfeo descendió en busca de su esposa al Hades; al ver lo que allí había, no honró a Dioniso, por quien había sido estimado, sino que consideró a Helio el más grande de los dioses, a quien también llamó Apolo.

 

Eratosth. Cat. 24

 

[Orfeo] Tras seducir a Perséfone por la armonía de su canto, la persuadió para que colaborara en sus deseos y le permitiera hacer subir del Hades a su mujer muerta, de modo semejante a lo realizado por Dioniso. Los mitos cuentan, en efecto, que Dioniso hizo subir del Hades a su madre, Sémele y que, compartiendo con ella su propia inmortalidad, le cambió su nombre por el de Tione.

 

D.S. Bib. IV, 25, 4

 

 

         En la obra Alcestis de Eurípides (s. V a.C) Admeto sólo se refiere a la capacidad de Orfeo para conmover a Hades y a Perséfones, pero de sus palabras no se deduce un final feliz en la versión conocida por el público. También Platón (s. V-IV a.C) le da un final fallido. En el texto se realiza la comparación de Orfeo con Alcestis. Traslada la contraposición de Eurípides a otra entre Alcestis y Orfeo. Para el filósofo griego, los dioses castigan la cobardía de Orfeo. Éste puede encantar a los dioses, pero su amor es tan sólo ilusorio. Las deidades, por tanto, le conceden solamente una ilusión –interpretación encuadrada en los esquemas platónicos-.

 

¡Oh, si yo pudiera tener la melodiosa lengua de Orfeo, para encantar con mis voces  a la hija de Démeter o a su esposo, y para sacarte del Hades, cuán presuroso bajaría yo allá! Ni el perro de Plutón, ni el remero Caronte, transportador de las almas, serían para mí un estorbo para hacerte tornar a la vida.

 

E. Alc. 357-362.

 

 

Además, a dar la vida por otro únicamente están dispuestos los amantes, no solo los hombres, sino también las mujeres. Y de este hecho la hija de Pelias, Alcestis, proporciona un testimonio suficiente en apoyo de mi afirmación ante los griegos, ya que fue la única que estuvo dispuesta a morir por su marido, pese a que este tenía padre y madre, a quienes sobrepasó aquella tantísimo en afecto, debido a su amor, que demostró que eran como extraños para su hijo y parientes tan solo de nombre. Y, al hacer esto, les pareció su acción tan bella, no solo a los hombres, sino también a los dioses, que, a pesar de que entre los muchos que realizaron muchas y bellas hazañas son muy contados aquellos a quienes concedieron los dioses el privilegio de dejar subir del Hades su alma a la tierra, dejaron no obstante subir la de aquella, movidos de admiración por su hecho. Hasta tal punto también los dioses estiman por encima de todo la abnegación y la virtud en el amor. En cambio a Orfeo, el hijo de Eagro, le despidieron del Hades sin que consiguiera su objeto, después de haberle mostrado el espectro de la mujer en busca de la cual había llegado, pero sin entregársela, porque les parecía que se mostraba cobarde, como buen citaredo, y no tuvo la valentía de morir por amor como Alcestis, sino que buscó el medio de penetrar con vida en el Hades.

 

Pl. Smp. 179, c-d

 

 

            No es fácil testimoniar en la cerámica a la Eurídice de la tradición virgiliana en el Hades y tan sólo tenemos constancia de una crátera de volutas del museo napolitano (nº 3222), en el que Orfeo sostiene la mano de una mujer sin nombre y que ha sido identificada como la joven esposa de Orfeo, de manera semejante a la siguiente representación.

 

 

Orfeo se halla en compañía de una mujer (¿Eurídice?), frente a Perséfone y Hades.

Crátera apulia de volutas y figuras rojas, atribuida al pintor de los infiernos. 330 a.e.  Nápoles, Museo Nazionale. SA 709. RVAp II 533, 284, pl. 196. Apulia

 

  

         Es célebre la representación de la desafortunada pareja en el relieve de mármol ático conocido por varias copias romanas. El original es una obra datada hacia 420-410 a.C, y fue obra de un escultor del círculo de Fidias. La escena contiene a tres personajes: Hermes, Eurídice y Orfeo. Éste aparece a la derecha, ataviado como un caminante con capa y quitón corto. Su gorro, el alopekís, es de carácter tracio, al igual que sus altas polainas de piel. Sin embargo, en la iconografía su vestimenta presenta más semejanzas con los atuendos griegos (la capa y el quitón corto). Porta la lira en el brazo izquierdo, en actitud lánguida. Su cuerpo está girado y su brazo derecho, aparentemente, acaba de apartar el velo del rostro de Eurídice. En su rostro hay una expresión de tristeza, al igual que en su amada. Ésta, situada entre las dos figuras masculinas, coloca su mano izquierda y en actitud consoladora, sobre el hombro de Orfeo. Del movimiento de sus pies, se deduce que quiere dirigirse hacia atrás, conducida por Hermes. Éste, conductor de las almas al otro mundo, toma de la mano a la joven, en dirección izquierda. Orfeo es el que ha provocado que Hermes quiera regresar a Eurídice al mundo de los muertos.

         La dirección de la derecha es la del mundo de los vivos, a la que Orfeo pretendía dirigirse en compañía de su difunta esposa, de la que irremediablemente se separará. El instante último antes de la separación fue atrapado, en esta imagen, por el artista en su máxima intensidad. Por esta razón parece verosímil que el mito haya mantenido un esquema uniforme desde las manifestaciones más antiguas. Las fuentes parecen mostrarse más interesadas por el propio hecho de que Orfeo descienda al inframundo y logre conmover a las deidades infernales con el poder de su música y de su palabra. El final de la historia, en sí, tendría por tanto, menor relevancia. Ninguna fuente, ni literaria ni iconográfica, plasma un afortunado desenlace de la narración, en la que Eurídice regrese feliz a los brazos de Orfeo.

         

 

 

Grabado en el que Orfeo porta la cítara en la mano izquierda y a su derecha lleva a Eurídice.

Relieve romano. s.f. Nat. Mus. Budapest (Hungría) 22/1905, 18. AJA 37, 1933, 75, pl. 16, e. Imperio Romano

  

 

 

Grabado alusivo a la presencia de Eurídice y Orfeo en el Hades

Relieve romano. s.f. Tatahouine, Museo de El Amrouni. RA 26, 1895, 78-79. Abb. 2. Túnez

  

 

 

Relieve sobre mármol. Copia romana de un original griego del siglo V a.e. Nápoles, Museo Nazionale 6727, GrPl. 202, pl. 74, 2. Italia

  

 

 

Representación de Orfeo y Eurídice en el Inframundo

Pintura al fresco. s. I-II d.e. Roma, Musei Vaticani. Laterano. 10.789, RP 200, 2. Ostia.

 

  

Otros han dicho que, habiendo muerto su mujer antes que él, fue por su causa al Aorno en la Tesprótide, pues había antiguamente allí un oráculo de los muertos, y creyendo que el alma de Eurídice le seguía, habiéndola perdido cuando dio la vuelta, se suicidó de pena. Dicen los tracios que los ruiseñores que tienen sus nidos sobre la tumba de Orfeo cantan más agradablemente y más alto.

 

Paus. IX, 30, 6

 

 

       A su vez Orfeo, buscando consuelo a su amor desdichado en la cóncava lira, a ti, su dulce esposa, sólo a ti cantaba por las riberas solitarias, solo; al despuntar el día te cantaba y te cantaba al recogerse el día.

      Incluso penetró en las fauces del Ténaro, boca abismal del reino de Plutón, y en el bosque que el negro espanto plaga de tinieblas; se presentó ante los Manes y su terrible rey, y antes esos corazones que no se dejan ablandar por súplicas humanas. Entonces, conmovidas por su canto, de las profundas moradas del Erebo avanzaban las sombras fugaces y los espectros de los seres privados de luz, tan numerosos como las aves que, a millares, se ocultan en la fronda, cuando el Véspero o la lluvia de tormenta los echa de los montes: madres, esposos, cuerpos sin vida de héroes magnánimos, niños y doncellas, jóvenes puestos en piras a la vista de sus padres; hay en torno a ellos un limo negro, el horrible cañaveral del Cocito y la odiosa marisma que en sus aguas estancadas los apresa, y la Estigia, que nueve veces los envuelve y los mantiene cautivos.

      Hasta las propias moradas de la Muerte en lo profundo del Tártaro quedaron pasmadas, igual que las Euménides que ciñen cabelleras de azuladas serpientes; el Cerbero quedó con las tres bocas abiertas y, junto con el viento, se detuvo también la rueda de Ixión.

      Y ya, volviendo sobre sus pasos, había escapado Orfeo a todos los peligros, y Eurídice, que le había sido devuelta, llegaba a la región de la luz caminando tras él (pues tal era la condición impuesta por Proserpina), cuando un súbito acceso de locura se apoderó del imprudente enamorado, locura ciertamente perdonable, si los Manes supieran perdonar: se detuvo y, ya al borde mismo de la luz, sin acordarse, ¡ay!, y sin poderse contener, volvió los ojos a su querida Eurídice. En ese momento se echaron a perder todos sus esfuerzos y quedaron rotos los pactos con el cruel tirano; por las lagunas del Averno se dejó oír por tres veces un rumor sordo. Ella inquirió: “¿Qué locura, Orfeo, qué locura tan grande me ha perdido, desgraciada de mí, y te ha perdido a ti? He aquí que por segunda vez los hados crueles me hacen volver atrás y el sueño cierra mis ojos anegados en llanto. Y ahora…, ¡adiós! Se me lleva la profunda tiniebla que me envuelve mientras tiendo hacia ti, ¡ay!, sin ser ya tuya, mis manos impotentes.” Tal dijo, y de repente, como el humo que en el aire impalpable se disipa, desvaneciose la imagen de los ojos de Orfeo en dirección opuesta; y ya ella no pudo verle más, por mucho que aquél en vano trataba de aprehender las sombras y decirle mil cosas a su amada; el barquero del Orco no consintió que volviera a cruzar la laguna que le separaba. ¿Qué podía ser? ¿A dónde dirigirse, cuando por dos veces le habían arrebatado la esposa? ¿Con qué llanto podría conmover a los Manes, con qué suplicas a los otros dioses? Mientras, ella navegaba, fría ya, sobre la barca Estigia. Cuentan que durante siete meses seguidos y enteros la estuvo llorando al pie de una aérea roca en las riberas del desierto Estrimón y que anduvo contando su infortunio por lo más hondo de cuevas heladas, amansando tigres y arrastrando encinas con su doliente canto; igual que Filomela, quien, a la sombra de un álamo, llora afligida la pérdida de sus hijos, a los que un insensible labrador al acecho arrebató del nido sin haberles salido las plumas todavía, y así, la noche entera se la pasa llorando y, posada en una rama, reanuda su canto lastimero hasta colmar de tristes lamentos los contornos.

      Ningún amor, ningún himeneo pudo quebrar el ánimo de Orfeo. Solitario erraba por los hielos hiperbóreos, el nevado Tanais y los campos del Rifeo, nunca libres de escarcha, llorando la pérdida de Eurídice y los inútiles favores de Plutón.

 

Verg. G. IV, 467-519.

 

 

 

         De allí se aleja el Himeneo, cubierto por azafranado manto, atravesando el cielo inmenso, y se dirige a la región de los Cícones, y en vano lo llama la voz de Orfeo. Presente estuvo, sí, pero ni llevó allí palabras rituales ni rostro gozoso ni favorable presagio. Incluso la antorcha que sostenía no dejó de chisporrotear produciendo un humo que hacía brotar las lágrimas, y no logró, por más que se la movió, dar llama alguna. El resultado fue aún más grave que el augurio: pues la recién casada, durante un paseo en el que iba acompañada por un tropel de Náyades, sucumbió de la mordedura de una serpiente en un tobillo. La lloró mucho el artista rodopeo en los aires de arriba, tras de lo cual, para no dejar de probar también con las sombras, se atrevió a descender a la Estige por la puerta del Ténaro, y, atravesando multitudes ingrávidas y espectros que habían recibido sepultura, se presentó ante Perséfone y ante el soberano que gobierna el repulsivo reino de las sombras, y pulsando las cuerdas en acompañamiento a su canto dijo así: “Oh divinidades del mundo situado bajo tierra, al que venimos a caer cuantos somos engendrados mortales, si es lícito y vosotros permitís que yo diga la verdad omitiendo los rodeos propios de una boca mentirosa, no he descendido aquí para ver el oscuro Tártaro, ni para encadenar las tres gargantas, provistas de culebras en vez de vello, del monstruo Meduseo; el motivo de mi viaje es mi esposa, en la que una víbora, al ser pisada, introdujo su veneno, y la arrebató sus años en crecimiento. Yo quise ser capaz de soportarlo, y no negaré que lo he intentado; el Amor ha vencido. Es un dios bien conocido en las regiones de arriba; yo no sé si también lo es aquí, pero sospecho que sí lo es también, y si la fama del antiguo rapto no ha mentido, también a vosotros os unió el Amor. Por estos lugares llenos de espanto, por este inmenso Caos y por el silencio del vasto territorio yo os lo pido: volved a tejer el prematuro destino de Eurídice. Todos los seres os somos debidos, y tras breve demora, más tarde o más temprano, marchamos velozmente al mismo sitio. Aquí nos encaminamos todos, ésta es la última morada, y vosotros poseéis los más dilatados territorios habitados por la raza humana. También Eurídice será de vuestra propiedad cuando en sazón haya cumplido los años que le corresponden; os pido su disfrute como un obsequio; y si los hados niegan esta concesión para mi esposa, yo tengo tomada mi firme resolución de no volver: gozad con la muerte de los dos”. Mientras él hablaba así y hacía vibrar las cuerdas acompañando a sus palabras, lo lloraban las almas sin sangre; Tántalo no trató de alcanzar el agua que se le escapaba, quedó paralizada la rueda de Ixíon, las aves no hicieron presa en el hígado, y tú, Sísifo, te sentaste en tu peña. Entonces se dice que por primera vez las mejillas de las Euménides, subyugadas por el canto, se humedecieron de lágrimas, y ni la regia consorte ni el que gobierna los abismos fueron capaces de decir que no al suplicante, y llaman a Eurídice. Se encontraba ella entre las sombras recién llegadas, y avanzó con paso lento por la herida. El rodopeo Orfeo la recibió, al mismo tiempo que la condición de no volver atrás los ojos hasta que hubiera salido de los valles de Averno; en otro caso quedaría anulada la gracia.

         Emprenden la marcha a través de parajes de silenciosa quietud y siguiendo una senda empinada, abrupta, oscura, preñada de negras tinieblas, y llegaron cerca del límite de la tierra de arriba. Allí, por temor a que ella desfalleciese, y ansioso de verla, volvió el enamorado los ojos, y en el acto ella cayó de nuevo al abismo. Y extendiendo ellas los brazos y esforzándose por ser abrazada y por abrazar, no agarra la desventurada otra cosa que el aire que se le escapa, y al morir ya por segunda vez no profirió queja alguna de su esposo (¿pues de qué se iba a quejar sino de que la había amado?), y diciéndole un último adiós, que apenas pudieron percibir los oídos de Orfeo, descendió de nuevo al lugar de donde partiera. Con la doble muerte de su esposa quedó Orfeo no menos aturdido que el que vio asustado los tres cuellos del perro, de los cuales el central llevaba las cadenas; a aquel hombre no le abandonó el pánico antes que su anterior naturaleza, pues la piedra le invadió el cuerpo. O que Óleno, que se echó la culpa y quiso pasar por convicto, o que tú, desdichada Letea, ensoberbecida de tu belleza, corazones ambos unidísimos en otro tiempo, hoy peñas que descansan sobre el húmedo Ida.

        Suplicó Orfeo, y en vano quiso volver a pasar; el barquero lo rechazó, y aún así durante siete días permaneció él sentado en la orilla, desaliñado y ayuno del don de Ceres; la angustia y la pena de su alma y las lágrimas fueron su alimento. Después de lamentarse llamando crueles a los dioses del Érebo, se retiró al elevado Ródope y al Hemo batido por los aquilones.

 

Ou. Met. X, 1-77.

 

 

        Más aún, cuando a través de las puertas del Ténaro él [Orfeo] se acerca  a los callados manes, rasgueando su afligida lira, con su canto lastimoso al Tártaro y a los tristes dioses del Érebo venció, y no temió a las aguas estigias, lagos juramentados por los dioses del cielo. Se detuvo, lánguida, la inestable rueda, luego de vencido su torbellino; aumentó el hígado de Titio, mientras con su canto aquél detiene a las aves. Tú también oyes, navegante: la barca de la infernal llanura líquida llegó sin remero alguno. Entonces, por primera vez, el anciano frigio, olvidado de las quietas olas, se sacudió su rabiosa sed y no aplica sus manos a los frutos.

        Así, sondeando los infiernos, al tiempo que Orfeo difundía sus melodías, la piedra ímproba pudo ser vencida y seguir al vate. Las diosas completan de nuevo los agotados hilos de Eurídice, pero, mientras olvidado mira hacia atrás, sin creer Orfeo que la devuelta Eurídice lo sigue, perdió los beneficios de su canto: la que de nuevo nació perece. Entonces, buscando consuelo en sus cantos, con lastimosos compases Orfeo cantó esto a los getas: “leyes fueron dadas a los dioses del cielo, y el dios que separa los cuatro tiempos dispuso las precipitadas alternancias del año. En beneficio de nadie las Parcas dejaron de urdir los hilos de su ávida rueca. Lo que ha nacido, lo que será, el vencimiento de Hércules ordena creer al vate tracio que eso muere”.

 

  Sen. Herc. Et. 1061-1102

 

 

 

  

 

          4. La cabeza parlante de Orfeo

 

         Una popular narración mítica planteaba que tras el despedazamiento de Orfeo su cabeza sobrevivió y conservó sus dotes poéticas, hasta arribar, a través de las aguas, a la isla de Lesbos. La historia, aunque con variantes, fue plasmada a partir de la época helenística por autores que trataron la muerte de Orfeo, como Fanocles, Ovidio, Virgilio, etc. Según éstos, su llegada a Lesbos determinó que sus habitantes destacaran sumamente por su talento poético y musical.

        Pausanias plasmaba que los habitantes de Metimna encontraron en el mar una extraña máscara de madera olivo, la cual representaba a Dioniso, como el oráculo de Delfos les aclaró. Esta cabeza de Dioniso seguramente guarda relación con la de Orfeo, la cual fue colocada en un baqueo, según Luciano. Como apuntan algunos  autores, los objetos llegados del mar son receptores de un nuevo culto y en el caso de la cabeza de Orfeo pudo constituir su fuente oracular, como se ve en una leyenda de Ostia que se establece un oráculo de Hércules.

        Proclo da una interpretación del viaje de la cabeza del tracio a la isla. Si el desmembramiento de Orfeo aludía a una de las versiones sobre su defunción, la llegada de su cabeza a Lesbos sería una forma de expresar que los lesbios destacaron en el arte musical más que los demás, como si hubiesen recibido la “parte superior” de la música de Orfeo.

         Por otra parte, Plutarco da una alternativa a la historia del viaje de la cabeza a Lesbos: quienes despedazaron a Orfeo lanzaron sus miembros al río Hebro y la cabeza se transformó en una serpiente, por designio de los dioses. Por lo tanto, de su sangre derramada nació la planta cítara,  que crece en el monte Pangeo y que, cuando llegan las fiestas a Dioniso, produce el sonido de ese instrumento. Tal vez, la idea de que la cabeza se convirtiese en serpiente esté vertebrada sobre la relación de Orfeo con el mundo ctónico, a raíz de su visita al Hades y de la vinculación del reptil con centros oraculares.

         En lo concerniente a la lira, sigue el mismo destino que la cabeza hasta Lesbos. Hay testimonios que hablan de  la conversión de la lira en constelación, igualmente por designio divino.

          Por otro lado cabe mencionar la posibilidad de que la conexión del cantor tracio con Lesbos refleje el arraigo de cultos órficos en su territorio, tal y como lo atestigua el hallazgo de una laminilla áurea en la isla, no publicada aún. La boca y la lira se convertirían, pues, en receptores de las extraordinarias cualidades de Orfeo tras su muerte. Son capaces de transmitir al ambiente la impronta de su genio musical, percibido por las orillas del río que las arrastra, el mar y las costas donde fondean, las aves que vuelan por encima de su tumba, la planta nacida de su sangre o, en conjunto, los poetas y los músicos de Lesbos. Destacan también otras narraciones clásicas no exentas de interés en relación al probable destino de los restos mortales de Orfeo y el carácter sobrenatural inherente a éstos.

  

 

 

Hidria ática de figuras rojas. 480-470 a.e. Paris, Cab. Med. ARV2 588, 72. Cirenaica.

La imagen expresaría el destino de la cabeza de Orfeo tras su muerte a manos de las tracias.

         

 

              He oído también otra leyenda en Larisa: que en el Olimpo hay una ciudad, Libetra, en la parte del monte que mira a Macedonia, y que no lejos de la ciudad está el sepulcro de Orfeo. A los de Libetra les vino un oráculo de Dioniso desde Tracia, diciendo que, cuando el sol viera los huesos de Orfeo, la ciudad de Libetra sería destruida por un jabalí. Ellos no tuvieron muy en cuenta el oráculo, porque pensaban que no habría un animal tan grande y fuerte como para destruir su ciudad, y que un jabalí tenía más audacia que fuerza. Pero cuando al dios le pareció bien les sucedió lo siguiente: aproximadamente a mediodía, un pastor, reclinándose sobre la tumba de Orfeo, se quedó dormido, y mientras dormía le aconteció que cantó los versos de Orfeo con una voz alta y dulce. Entonces, los que estaban pastoreando o labrando la tierra muy cerca, dejando sus labores, se congregaron para oír el canto del pastor en su sueño; y al empujarse unos a otros y reñir por estar más cerca del pastor derribaron la columna, la urna se rompió al caerse de ella y el sol vio lo que quedaba de los huesos de Orfeo.

              Al punto, a la noche siguiente, el dios derramó mucho agua del cielo, y el río Sis, que es uno de los torrentes de los alrededores del Olimpo, echó abajo las murallas de Libetra, derribó santuarios de dioses y casas de hombres, y ahogó a los hombres e igualmente a todos los seres vivos de la ciudad. Cuando los de Libetra estaban ya arruinados, los macedonios de Dío, según el relato de un extranjero de Larisa, llevaron los huesos de Orfeo a su ciudad.

 

Paus. IX (Beocia), 30, 9-11

 

 

 

        En las tracias laderas de Olimpo esta tumba recubre a Orfeo, que fue el hijo de Calíope, la Musa, a quien no desoyó el encinar...

 

A. P. 560 (VII 9)

 

 

 

           El oráculo de la cabeza de autor sólo es mencionado por Filóstrato, que vivió a caballo entre el siglo II y el III d.C. Relata que la cabeza llegó lejos y se asentó en una concavidad de la tierra, desde donde emitía los oráculos. Iban a consultarle los lesbios, el resto de los eolios, los jonios y los persas. Incluso, acudió Ciro el Grande a realizar una consulta.

 

Dicen que allí [en Lesbos] Orfeo se gozaba en tiempos con la profecía, hasta que Apolo se hizo cargo de ello. Pues cuando los hombres no visitaban ya Grineo a consultar los oráculos, ni claro, ni donde se halla el trípode apolíneo, sino que sólo Orfeo vaticinada, acabada de llegar su cabeza de Tracia, el dios se presentó ante el vaticinador y le dijo:

                -Deja de hacer lo que me corresponde, pues ya te he soportado bastante en tus profecías.

 

Philostr. V.A. IV, 14.

 

 

     

          Sin embargo, esta escasez de testimonios literarios y tardíos contrasta abruptamente con una valiosa iconografía que ilustran el mito: al menos cuatro vasos áticos de figuras rojas de la segunda mitad del siglo V a.C (dos hidrias, una copa y un enócoe), en las que aparecen escenas diferentes con una cabeza. Ésta también se halla grabada en varias gemas antiguas y en dos espejos de bronce etrusco. Uno de ellos procede de una tumba de Chiusi (Toscana) y data del siglo IV a.C. Realmente es difícil asegurar si realmente existió un oráculo de la cabeza de Orfeo en Lesbos, cuando sólo nos ha llegado el testimonio de Filóstrato. La capacidad profética de la cabeza de Orfeo ha sido considerada como un rasgo chamánico más de la figura del citarista, pues hay varias historias de cabezas proféticas relacionadas con chamanes. No obstante, su conexión con el chamanismo ha sido cuestionada, ya que múltiples relatos se asemejan a este mito y no se hallan vinculados entre sí. Incluso se ha barajado la posibilidad de que el oráculo de la cabeza esté vinculado a rituales necrománticos, en los que a menudo se consulta a los difuntos a través del cráneo conservado. En virtud de esta teoría la capacidad adivinatoria le habría sobrevenido sólo tras su fallecimiento. A su vez, los testimonios sobre el enterramiento de la cabeza o de su tumba indicarían el fin del oráculo. En el mito de la cabeza cantora y profética confluyen los siguientes motivos mitológicos: el poder de la música más allá de la muerte y la leyenda de las cabezas vivientes, con múltiples ejemplos en diversas culturas alusivos a cabezas parlantes, prodigiosas, y que en ocasiones se constituyen en objetos de culto o como sedes de la personalidad, de la vida y con capacidad para vivir independientemente del cuerpo. Tal fue el caso de la terrorífica cabeza de la gorgona Medusa, dotada del poder de petrificar a los mortales con su morada.

 

 

Hidria ática de figuras rojas. 420 a.e. Dunedin (N.Z), Otago Museum. E 48266. ARV2 1174, I. Atenas

 

  

La capacidad verbal es un rasgo peculiar de las cabezas vivientes en los mitos indoeuropeos. La palabra emitida es sagrada y dotada de poderes oraculares y mágicos, desde su privilegiada posición entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos.

El descubrimiento de la cabeza de Orfeo que navegó por el Hebro y por mar hasta llegar a Lesbos se documenta en algunos magníficos ejemplos de la citada cerámica ática, como la conocida hidria de figuras rojas de Basilea. La cabeza ha llegado cantando al pie de unos acantilados o de un pozo. Un varón barbado extiende su mano hacia la aparición, mientras que una mujer aparece provista de lira -presumiblemente Calíope-. El cráneo cuenta con un tamaño superior al humano. El hombre ha de ser el poeta lírico Terpandro de Mitilene, que recibe en Lesbos la inspiración de la cabeza viva de Orfeo.

 

         

 

Hidria ática de figuras rojas. 440-430 a.e. Basilea, Antikenmus Antikenmuseum und Sammlung Ludwig:, BS 481. CVA 3, pl. 18 (330). Atenas

 

 

 

Fragmento de copa ática de figuras rojas. 475-425 a.e. Roma, Museo Nazionale Etrusco di Villa Giulia 2268. CVA 2, III.I.C.16, pl (76) 37.1-2 (BADN 13059). Civita Castellana (Italia)

 

          

 

 

Hidria ática de figuras rojas atribuida a Polignoto. 475-425 a.e. Basilea, Antikenmuseum und Sammlung Ludwig: BS481 CVA 3, 37-39, (BADN 3735). Atenas

 

 

 

          La siguiente copa ática de figuras rojas del Corpus Christi College de Cambridge, procedente del sur de Italia, muestra a un efebo sentado en una roca con las sandalias y pétaso de un peregrino en lugar sacro, graba con un punzón en un díptico las palabras inspiradas por la cabeza cantora, la escritura órfica. Apolo, a su derecha, con la rama délfica y su mano extendida, ordena y propicia la transmisión del oráculo.

 

 

Copa ática de figuras rojas. 450-400 a.e. Cambridge, Corpus Christi College 103.25. Add2  373. ARV2 1401.1 (BADN 250142). Ruvo (Italia)

  

 

 

 

Lécito ático de fondo blanco y figuras rojas. 500-450 a.e. Basilea, Market, Munzen und Medaillen A.G.: XXXX352525. Para. 357.19bis (BADN 352525). Atenas

 

  

 

  5. Conclusiones

 

         Las fuentes literarias e iconográficas relativas a la presencia de Orfeo en el Más Allá no conceden en absoluto una importancia similar a todos los elementos presentes en los diversos relatos. A este respecto, mientras que la cerámica ática presenta preferentemente a Orfeo tañendo la cítara sin la compañía de su difunta esposa ante Hades y Perséfone, los testimonios literarios conservados hacen frecuentes alusiones a la presencia de Eurídice en el inframundo tras haber sido picada por el mortífero reptil. En este sentido, las obras del horizonte cultural latino contienen talentosos desarrollos del mito de Orfeo y Eurídice, que contrastan con las sucintas referencias de la literatura griega –contraste quizás derivado de la desaparición física de varias obras griegas alusivas a la susodicha pareja, posiblemente empleadas por los autores latinos en su actividad literaria-. La ausencia de la denominación de la mujer de Orfeo como Eurídice en las primeras obras del ámbito helénico podría responder a la concesión absoluta del protagonismo del mito al personaje masculino del célebre citarista.

       Asimismo, frente a los ricos testimonios iconográficos referentes a la cabeza oracular de Orfeo, los documentos literarios se muestran sumamente parcos, constituyendo la Vida de Apolonio de Filóstrato una de las escasas e ilustrativas fuentes del citado mito.

 

 

 

 

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